Rubén Sancho
  ¡Por fin es viernes!
 

Por fin es viernes, sin duda el mejor día de la semana, mucho mejor que el sábado y a años luz del domingo, el viernes, ¡viva el viernes!, el viernes es el mejor día porque es una promesa, una promesa de diversión, una promesa de descanso, una promesa de desconexión, y las promesas superan siempre a la realización de las mismas, porque las primeras viven en la imaginación mientras que la segunda reside en la realidad.

El lunes, el lunes deprime, agobia, estresa, entristece, siempre gris, siempre lluvioso, en realidad o no, da igual, musicalmente maniaco, financieramente negro y sangriento por terror, el lunes hace retornar todos los demonios desde las profundidades del quinto pecado capital.

El martes, por su parte, es un día soso, un día mediocre, no aporta nada, a no ser que sea trece, claro, y entonces aporta un tema de conversación, pero nunca sucede nada un martes, ¿quién recuerda algún hecho histórico que acaeciera un martes?

El miércoles es el día de la esperanza, el día en el que el camino comienza a descender, se llega a la cima de la montaña y ahora queda la cómoda bajada, una bajada tranquila, calmada, pausada, pero cuyo fin ya se atisba en el horizonte, en el horizonte del fin de semana.

El jueves es día de fiesta, fiesta que se hereda de la universidad y acompaña para el resto de la vida, como el mus, como el segundo amor o como el profesor idolatrado. Fiesta que termina cuando vuelve a sonar el despertador, fiesta que se postpone hasta el sábado, o hasta el jueves siguiente.

El sábado es un día confuso, atropellado, excesivo. Tantas cosas se quieren hacer en sábado, tanta diversión se quiere conseguir que se acaba por estropear la felicidad del día, y el sábado termina y hubo besos que se quedaron en el tintero, risas que no sonaron y copas que no se terminaron.

El domingo es un día de vuelta, de vuelta de todo, de vuelta del descanso, de vuelta del disfrute, de vuelta al trabajo, un trabajo que no llegó pero que se aproxima, y se piensa en él, se piensa en el regreso, involuntariamente, inconscientemente, sin desearlo, pero, como otras tantas cosas, nuestro deseo se ve superado por la realidad de nuestros actos.

Por ello, me quedo con el viernes, ¡viva el viernes!, sí, otra vez, no importa, y lo repito, ¡viva el viernes!, porque hoy es viernes, y la promesa está aquí, y hay que disfrutar de la promesa antes de que se evapore y todo se vuelva realidad.

 
   
 
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